El sueño africano

Killimanjaro

El sueño africano

Acabo de sobrevolar los Alpes, (tras una escala en Inglaterra) en alguna de esas cimas, no hace mucho, me hallaba encaramado por sus aristas disfrutando de su belleza. Los Alpes son ya viejos amigos, tan cercanos como salvajes, tan entrañables como sobrecogedores. Es ese lugar donde el alma se sitúa cerca de la plenitud y el cuerpo te pide una y otra vez volver…

Desde la pequeña ventana del Jumbo que me lleva camino de Nairobi, pronto se atisban las montañas próximas a Addis Abeba, mientras por el otro lado, el Sol se desploma sobre el desierto de Sudán.

Es noche cerrada ya en Kenia, cuando el taxi recorre sus calles en busca del Stanley Hotel. Se trata de un histórico lugar, en el que cazadores de leones o escritores como Ernest  Heminway se cruzaban antaño por sus pasillos y escaleras. En su puerta, conozco a Georges y Charles, dos keniatas con los que, tras charlar amigablemente durante largo rato, me voy a picar algo con ellos.

Se dedican a buscar “guiris” para los safaris; yo les explico “mi misión” y, después de dar buena cuenta de un “steak” con patatas y una fresquísima “Tusker”, me cuentan que al día siguiente me presentarán a Beril, la directora de una agencia de trekking con la que necesito negociar para expedir los permisos y poder realizar la ascensión a mi objetivo. Una vez más, voy a descubrir casi todo sin haber preparado nada (tan solo los vuelos); es mi modo de acercarme más auténticamente a la aventura.

El Gobierno de Tanzania aprovecha la atracción que ejerce el Kilimanjaro —como montaña más alta del continente africano— para obtener importantes beneficios. Para conseguirlo, imponen la obligatoriedad de llevar un guía y porteadores, cobran por acceder al parque y acampar, e incluso llegan a trazar la ruta por la que puedes o no ir, así como el tiempo mínimo de estancia para acometer la ascensión.

En fin, esta serie de requisitos no encajan con mis planes de realizar un rápido ascenso que me permita, posteriormente, disponer del tiempo suficiente para conocer la fauna salvaje de África con tranquilidad …

 

16-junio.

Son las 10 am. ¡Madre mía qué bien he dormido!, aunque francamente lo necesitaba. Preparo rápidamente todas las cosas y bajo con la mochila; en el hall me esperan ya mis recientes conocidos y nos acercamos a ver a la “famosa” señora Beril.

En todo este circo de agencias y mercaderes, al final, de lo que se trata, es de que te engañen lo menos posible… Indudablemente a todos los “Mzungus” nos aplican un incremento, lo que debemos considerar, hasta cierto punto, comprensible.

Yo intento convencer a esta mujer de que quiero subir rápido, que aclimato bien, y que no le voy a dar problemas… Le comento mis experiencias previas y que trabajo como guía.  Tras pensárselo y con un gesto (que por lo visto debo agradecer) me concede permiso de cinco días por la ruta Machame —el mínimo, son seis— y bajar por la Mweka. De este modo podré conocer dos de las rutas más bonitas. Así que después de todo, no me sale mal el trato y creo que es mejor no seguir negociando pues el tiempo aquí corre a otro ritmo.

Al cabo de un par de horas, con el trasiego de las calles llenas de gente y mucho ruido, me encuentro en un pequeño autobús saliendo de Nairobi. ¿El siguiente destino? Arusha, la ciudad de Tanzania situada a los pies del gran volcán africano.

Por la estrecha carretera que surca la estepa, de vez en cuando, se ven masáis con sus rebaños de cabras o vacas que se alternan con cebras y gacelas. Mis ojos descubren esa África que imaginé… Me quedo un poco traspuesto por el run-run del bus cuando de pronto, una mano me toca el hombro; es un muchacho de unos 20 años que me entrega un fajo de billetes en schillings y dólares; le miro sorprendidísimo y le observo sin comprender qué sucede. Su enorme sonrisa me sirve para percatarme de mi torpeza. Me echo la mano al pantalón y me digo a mí mismo: ¡¡Paco, majo, siempre tan descuidado!!  Se me había caído del pantalón, al reclinarme en el asiento, todo el dinero para la expedición, ¡Menuda lección para un occidental!, pienso para mí.

En Namánga, una pequeña localidad que está en la frontera entre Kenia y Tanzania, se superponen en una mezcla de delirio de aduana y mercaderías con sus 50$ de visado… y la atracción de este continente que añoraba desde la infancia, cuando devoraba libros de fauna salvaje. Aquellos libros repletos de anécdotas apasionantes fueron el vehículo para navegar hacia mis anhelos futuros y llenaron mi niñez de ilusiones y sueños, con historias de exploradores, naturalistas, etc… Tenía tantas ganas de saborear este continente, que me hallo como en un sueño. ¡Estoy cumpliendo en el momento presente ese anhelo que llevaba dentro de mí!

Reemprendemos la marcha, pero no por mucho tiempo, ya que se avería el autobús al poco de entrar en Tanzania. Me veo en medio de la sabana, es decir, en medio de la nada, con un autobús echando humo. Mientras, a unas decenas de metros, mis compañeros de viaje y yo lo miramos con resignación y perplejidad, pues está a punto de caer la noche y al otro lado de las acacias y los matorrales no es difícil imaginarse merodeando a hienas y leones. ¡Es un momento bastante inquietante!

Sin embargo, tras una hora de hora de incertidumbre y sin acertar a comprenderlo, aparece otro bus que hace la misma ruta. Viene ya completo si, pero a pesar de ello nos subimos todos, aunque estemos de pie.  El problema del hacinamiento es mayor cada vez que pasa por una aldea, pues no dejan de subir más y más pasajeros, y poco a poco nos vamos apretando unos contra otros.

En Arusha, la concentración de viajeros es absoluta, cuento a doce personas en mi metro cuadrado. Al principio lo veo gracioso y nos reímos con complicidad, pero poco a poco el ambiente se va haciendo insoportable; abren la puerta y las ventanas para poder respirar, y algunos sacan los cuerpos y, más que estrujarnos, nos vamos haciendo daño. Mis pies, por momentos, no tocan el suelo. Jamás había visto nada parecido. Increíblemente nadie se queja, todos muestran paciencia y entereza. No quiero imaginarme qué pasaría en España; esta actitud sería impensable.

Por fin llegamos a Moshi, la ciudad tanzana más próxima al Kilimanjaro y, tras localizar mi hotelito, cenar carne de Búfalo (muy picante) y un poco de “Hunga”, me escurro dentro de mi mosquitera con cierto recelo. Me temo que no había tomado las medidas oportunas contra la malaria (por las prisas de costumbre) y tengo la mirada atenta a varios anofeles que vigilarán mi sueño.

 

17-junio.

7:50 am. Me levanto a desayunar y ya me espera sentado en un sofá Gaspa, el “Boss” que con sus piernas cruzadas, traje de ejecutivo y gafas de pasta, lleva un aire de “bussines-man” bastante bizarro. El, es el delegado de la agencia en el país, y según me dicen, vamos a su oficina a hablar, pero resulta que me quiere cambiar los planes: me insiste en que tengo que pagar otros 180$ más de lo acordado. La negociación se alarga más de una hora y consigo rebajarlo a 100$. Como no dispongo de mucho tiempo y estoy deseando entrar en la montaña, le estrecho la mano para cerrar el asunto.

En pocos minutos me reúno con August, el guía que han asignado, y los porteadores, que están montando en un “Isuzu”, una especie de pick-up, para andar el tortuoso y enfangado camino que nos conduce hasta Machame Gate, que está a 1700 metros y es la puerta de entrada al parque Nacional del “Kili” por esta ruta. Allí, en medio de una impresionante selva y después de más trámites de pagos, firmas, registros y pesaje de mochilas, comienzo la subida a las 12:00 am., mientras, unos monos colobo nos dan la bienvenida.

“KARIBU” reza el cartel de entrada al Parque Nacional Reserva de la Biosfera. La ruta es de las más bellas (según dicen los nativos) y comienza por un camino bien marcado, ascendiendo entre enormes árboles tropicales con sus largas ramas y lianas de una selva que amenaza con engullirte. A medida que avanzamos, va cambiando el tipo de vegetación, pero todo dentro del contexto de la jungla: cargada de humedad y con nieblas a girones, que le dan ese carácter bucólico al panorama. Los chillidos de los monos, avisando a todo ser vivo de la llegada de nuestros pasos, aportan exotismo a la marcha de ascenso.

 

(Extracto del libro “DIARIO DE LAS 7 CUMBRES” de Paco Monedero y editado por SUA EDICIONES)

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